sábado, 26 de diciembre de 2009

FRÍOS Y CALIENTES


"…la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mentras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres."

Michel Houellebecq,
Las Partículas Elementales.

Una de las cuestiones que definitivamente enmarca lo pornográfico es que tanto en su expresión común, digamos normalizada (mujeres y hombres desnudos, practicando el cóito) como en su expresión extrema en prácticas sexuales radicales (fetichismo, zoofilia, necrofilia, etc.) contiene en sí misma una especie de zona cero, una desactivación de su eficacia, en el momento en el que la explicitud se desdobla en sí misma y alcanza la obviedad, en fin, cuando lo pornográfico no excita al observador ¿en qué se convierte? ¿en un objeto similar a la obra de arte?

Lo obsceno es lo contrario de lo escénico, la pornografía es una puesta en escena por lo que despliega un campo de expresión que contiene las prácticas sexuales para ser vistas, oídas y leídas, es decir, recibidas en su significación para provocar una excitación, pero pasiva, un poco como el espectador de la obra de arte típica (pintura, escultura, música) que se dirige a públicos que no experimentan en “carne propia” lo estético sino en un segundo plano, en una lejanía, objetualizado en la obra pero desplegado como significado para ser reactivado en lo “obsceno”, lo privado, fuera de los ojos de los demás y fuera del campo de percepción general: lo espiritual; por decirlo de otra forma, lo más que alcanza uno es a mantener el punto de excitación y terminar masturbándose; así como la orgía en la película porno está materialmentemente vedada para el voyeur, así literalmente nadie le puede meter mano a la obra de arte.

La pornografía poco tiene que ver con el sexo y más con la compra-venta de los roles eróticos y sexuales en el mundo, tiene más que ver con la experiencia del placer en el mundo sólo por medio del sexo pagado, igual que muchas obras de arte y muchos objetos del campo estético, comunes y corrientes, obviados y pagados de sí a través de sus normas y la forma como se nos imponen. Curiosamente la Real Academia de la Lengua (*) define la pornografía como lo obsceno representado por medios artísticos, por lo que la representación artística de lo pornográfico, resultaría una tautología y de cierta forma una reterritorialización invertida del recurso a lo sexual. No sólo pornografía y arte invertidos, sino sexo y mundo invertidos, entendiendo esto como la inversión de los roles en el caso del arte y la pornografía y en la ascepción económica de “invertir”, en la relación del sexo y el mundo, es decir la experiencia sexual comprada en el mundo, un mundo que invierte preferentemente en y por el sexo.

Pagar por sexo y pagar por obras de arte, comprar sexo y comprar arte, sexo que paga el arte, arte que paga el sexo; pocas combinatorias cuajan tan bien en nuestro mundo; pornografía que da cuenta de la excitación que produce el sometimiento, dinero para cumplir el sometimiento deseado o deseo de poder someter, dinero para poder someter; escenificación de la violencia y violencia escenificada como pornografía:

El cadaver de un criminal dejado en ropa interior por el ejército, adornado con billetes ensangrentados, excitación producida a tal nivel que ninguna teta, pene o nalgas en una revista pueden igualar, mensaje explícito que se desdobla inerte una vez que es recibido, como las imágenes pornográficas, destinadas a la soledad del ser que suplanta el placer por la representación del sexo, dejando insensible y también bastante parecido al cuerpo muerto, el cuerpo descargado en el orgasmo solitario: frío pseudo post-coital que se repone poco a poco hasta que vuelve a desear su objeto, deseo de objeto pero que sea imaginario y esté cotizado, deseo de pagar para desvirtuar el objeto con el poder de la compra y hacerse uno con ello, por ende deseo de ser comprado, deseo de reproducir al infinito las relaciones de sometimiento, placer de ver el mundo sojuzgado e identificarse plenamente con el rebajamiento a objeto, pagar el precio de nuestra propia objetualidad sometida y cotizada, cotizarnos para poder ser sometidos bien y bonito, bien rico...

Ya lo expresó Georges Bataille: cuando la calentura se colma físicamente, sobreviene la conciencia de la discontinuidad de los seres, pero esa soledad cósmica, dice, se convierte naturalmente en esperanza de vida con la expectativa de la reproducción. Sin embargo en el tiempo de la pornografía y de la excitación solitaria, luego de la descarga sexual sobreviene lo contrario, el placer de situarse como un objeto más en el mundo de los objetos se revela como el auténtico placer, el deseo sustitutivo como la única acción posible, lo inanimado de la experiencia simulada como principio, en fin, la muerte como espectáculo masivo y la disfunción de la excitación por lo inerte como los valores puntuales a los que se accede pagando con tarjeta de crédito o en efectivo.

*¿No es aún más curioso que la definición de la Real Academia, la etimología misma de la palabra Pornografía? Del griego πορνογραφíα, porne es "prostituta" y grafía, "descripción", es decir, "descripción de una prostituta", adecuándolo ello a los fines de este texto, podemos entender más claramente la palabra cuando decimos que pornografía es justamente lo que atestiguamos no sólo gráfica sino vívidamente como mundo prostituido, por lo que un arte que represente, dialogue, celebre o cuestione lo pornográfico, es por pirncipio un arte que representa, dialoga, celebra o cuestiona la prostitución como modo de vida imperante en el mundo

Por Ángel Sánchez Borges.